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Georg Elser, un héroe desconocido

El 8 de Noviembre de 1939 se cumplían 16 años del llamado Putsch de la cervecería, el fallido golpe de estado llevado a cabo por el partido nazi en la ciudad de Munich. Como cada año, los partidarios de Hitler se reunían en el mismo lugar en el que se inició este intento de hacerse con el poder con la intención de recordar el hecho y de rendir homenaje a sus camaradas caídos durante el golpe. Muchos celebraban este primer intento nacionalsocialista de hacerse con el poder.

Muchos, pero no todos. Los asistentes al acto de ese día desconocían que una persona no sólo no estaba de acuerdo, sino que se había propuesto acabar con esas celebraciones y con la cúpula del partido nazi de un solo plumazo. El acto comenzaría con puntualidad alemana a las 21:00 horas. La bomba estaba programada para estallar a las 21:20.

Mítin previo al golpe de estado. 8 de noviembre de 1923.
CC BY-SA 3.0 de – Bundesarchiv, Bild 146-1978-004-12A

Un hombre contra el sistema

Georg Elser nació en un pequeño pueblo del estado de Wütemberg llamado Hermaringen en 1903. Su infancia no fue especialmente feliz. Fue elmenor de una familia con 6 hijos, donde el padre, Ludwig, era un granjero pobre y bebedor.

A pesar de todo, pudo estudiar en la escuela local y con 16 años entró como aprendiz de carpitero en una fábrica de una localidad vecina. Durante los siguientes años fue saltando de un puesto de trabajo a otro, siempre como carpintero. Su posición social de obrero lo llevó a afiliarse a las tropas de choque de el partido comunista alemán en 1928, donde militaría hasta la prohibición del partido en 1933 tras la llegada al poder del partido nazi.

El atentado que casi mata al Führer

Adolf Hitler siembre fue un gran orador. Sus camaradas de trinchera durante la primera guerra mundial ya lo atestiguaban en las entrevistas que se les hizo después del conflicto. No sólo era un buen orador, sino que además disfrutaba declamando delante de un público al cual conseguía hechizar. El día 8 de noviembre de 1939 iba a tener lugar otro de esos grandes actos donde Hitler cautivaría a las masas con su especial talento. No iba a ser un acto cualquiera, se trataba de la conmemoración del golpe de atentado fracasado de 1923. Cada año éste era un evento marcado en el calendario del partido nazi, pero este año sería especial, ya que sería la primera vez en que se produciría este encuentro tras el inicio de la guerra el 1 de septiembre.

En esas fechas, Georg Elser, el cual consideraba que Hitler y sus secuaces iban a destruir Alemania, ya lo había preparado todo para acabar con el nacionalsocialismo en su país.

El 30 de septiembre de 1938 se habían firmado en la ciudad de Munich los acuerdos por los cuales Alemania tomaría los Sudetes, en ese momento una amplia región de la joven Checoslovaquia, a cambio de prometer que no exigiría ningún territorio más en el continente europeo. El primer ministro Neville Chamberlain lo celebró como un gran éxito, donde la Alemania nazi habría sido frenada por la diplomacia británica. Como unos días después le dijera Winston Churchill en el parlamento británico –«le dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Ha elegido el deshonor y tendrá la guerra».

Fotografía de la reunión de Munich
CC BY-SA 3.0 de – Bundesarchiv, Bild 183-R69173

Winston Churchill lo vio claramente. Georg Elser también y decidió no cruzarse de brazos y actuar lo más rápidamente posible. Sin embargo había un gran problema: él era sólo un hombre, ¿cómo podría acabar con Hitler él solo?

Un punto a favor que tuvo Georg Elser a la hora de poder planear su atentado contra Hitler es la previsibilidad de los alemanes. Gracias a esta característica del pueblo alemán fue posible planear un atentado con tanta precisión. Tras haber tomado la decisión de actuar, Georg Elser estuvo durante días consultado periódicos antiguos en una hemeroteca con la intención de encontrar un patrón de conducta de los líderes del partido nazi. No le llevó mucho tiempo averiguar cuál sería la oportunidad perfecta para llevar a cabo su atentado: el 8 de Noviembre, en la cervecería Bürgerbräukeller de Munich. La hora, las 21:00.

El plan era sencillo, colocar una bomba en el lugar donde se celebraría el acto y matar a Hitler y a cuantos más altos mandos del partido, mejor. Como carpintero tenía conocimientos de relojería, así que él mismo, gracias a unas cargas explosivas compradas a un amigo minero y camarada comunista, pudo construir una bomba de relojería de precisión. Para colocar la bomba fue a Munich, donde diciendo que era un inmigrante en busca de trabajo consiguió el permiso de los camareros de la cervecería Bürgerbräukeller para pernoctar en el local después del cierre. Así durante semanas pudo excavar pacientemente un agujero lo suficientemente grande en la columna delante de la cual se colocaría la tribuna de oradores. Tras acabar el trabajo, dos días antes del atentado, colocó la bomba preparada para estallar a las 21:20.

La suerte del Führer

Adolf Hitler siempre pensó que la providencia divina le había llevado al puesto que ostentaba y que su papel en la historia era derrotar al bolchevismo y exterminar a los judíos de la faz de la Tierra, dando inicio a una nueva edad dorada de la raza aria. Si Adolf Hitler estaba tocado por la providencia divina o no es algo que queda para las creencias de cada cual. Lo que si que es cierto, es que en la noche del 8 de noviembre de 1939, la suerte salvó la vida del autoproclamado Führer.

El acto había sufrido varios cambios. Dos días antes de la celebración del mismo, Hitler había decidido no aparece en Munich debido a la necesidad de su presencia en Berlin por motivos militares. Sin embargo, al final se decidió su aparición en un discurso abreviado entre las 20:30 y las 22:00. Debido al cambio del tiempo durante el día, el retorno del Führer en avión a Berlín fue cancelado, hecho que le fue comunicado durante el mitin. Debido a esta casualidad, y para poder tomar cuanto antes un tren que le llevase a la capital durante la noche, Hitler decidió acabar su discurso poco antes de las 21:00, momento en el cual comenzó a despedirse y tomó el camino de la estación de tren. A las 21:07 atravesó el umbral de la cervecería, y 13 minutos después la bomba estalló matando a ocho personas y dejado heridas a más de sesenta.

La cervecería Bürgerbäukeller al día siguiente.
CC BY-SA 3.0 de – Bundesarchiv, Bild 183-E12329

La mala suerte de Georg Elser

Lugar del interrogatorio de Georg Elser. Wilhelmstr. Berlin
CC BY-SA 3.0OTFW

El mismo día del atentado, Georg Elser había partido en dirección hacia Constanza, en la frontera suiza. Después de haberse despedido de su hermana esa mañana, Georg Elser llegó a la frontera a las 20:45, unos minutos antes del estallido de la bomba. Seguramente debido al estrés provocado por todo lo que había hecho, trató de atravesar la frontera de manera ilegal, por lo que fue detenido y encerrado por los oficiales de fronteras. en un primer momento no despertó sospechas, pero al día siguiente, cuando la Gestapo comenzó sus pesquisas, la suerte de Georg Elser cambió.

El día 9 de noviembre fue trasladado a la ciudad de Munich, donde en la central de la Gestapo y bajo tortura confesó que había participado en el atentado que casi le cuesta la vida a Hitler. Debido a su clara implicación, será trasladado a Berlín, donde se continuará con la investigación.

En un primer momento, la Gestapo consideran que el atentado ha sido perpetrado por un comando británico de varios miembros, por lo que interrogarán a Elser en este sentido. A pesar de los diferentes chantajes que le hacen, como amenazarle con asesinar a su familia, o las fuertes torturas llevadas a cabo, Elser siempre mantendrá la verdad: que él había planeado y llevado a cabo todo el plan.

Finalmente la Gestapo aceptará este relato y Georg Elser será llevado ante el tribunal del pueblo, el cual le condenará a cadena perpetua a cumplir en el campo de concentración de Sachsenhausen, donde permanecerá aislado del resto de reclusos hasta enero de 1945, cuando se le trasladará al campo de concentración de Dachau. El 9 de abril de 1945 Georg Elser será ejecutado por orden expresa de Heinrich Müller, jefe de la Gestapo.